14 de mayo de 2011

Casona de la Universidad San Marcos: bastión de la peruanidad


La historia de la Casona San Marcos se inició con la fundación de la Casa de la Probación y Noviciado de San Antonio de Abad, a comienzos del siglo XVII, gracias a una donación de Antonio Correa Ureña, receptor general del Tribunal del Santo Oficio. De ahí en adelante ni sus cambiantes diseños y usos, ni los sismos que ha soportado y menos la terrible ocupación militar durante la Guerra del Pacífico han mellado su espíritu acumulado a través de las diversas etapas que ha pasado la vieja Casona: noviciado jesuita, convictorio real, colegio republicano, sede universitaria y, actualmente, centro cultural. 



Este es un recorrido cíclico a la Casona San Marcos a través del tiempo y sus espacios. Los párrafos entre paréntesis son explicaciones históricas.

Jesuitas en el Perú





Han pasado más de 400 años, pero aún pasean los olores de las mulas de los Jesuitas, como en 1600 cuando se inauguraba este Noviciado. Por aquellos años, los religiosos desembarcaban de sus recios transportes después de intensas jornadas de adoctrinamiento en las Nuevas Indias. Sabios los jesuitas, sembraron jazmines en su Noviciado pero ningún intento ha refrescado los ambientes de sus primigenios patios, el de Las Mulas y el de Los Jazmines –sostenidos, ambos, por hermosas columnas de fina madera desobedientes al paso e inclemencia de los años–.

(Doloroso testigo, el Patio de los Jazmines, siglos después, también fue escenario de los testimonios de peruanos y peruanas víctimas de los enfrentamientos durante la guerra interna de los años ochenta. En este lugar se hizo un llamado ante los miembros de la Comisión de la Verdad y Reconciliación Nacional al compromiso con la Justicia, a jurar no repetir la Historia y a reconocer la Dignidad de los inocentes).

Capilla de Nstra. Señora de Loreto
Muy cerca, en tiempo y espacio, el gran momento barroco del lugar: la Capilla de Nuestra Señora de Loreto. En su techo trilobulado un rebuscado simbolismo religioso combina sugestivamente santos y doctores de la Iglesia –como San Agustín, San Gerónimo, Santo Tomás de Aquino: representantes de las diferentes tendencias ideológicas de la religión– con plantas y frutos del Perú. (Revalorando el principal aporte de la Iglesia a la humanidad: la creación de los llamados Estudios Generales –las universidades–).

Corren los años y la azarosa historia nos transportan al siglo XIX. Cuando, por razones políticas, expulsaron a los jesuitas, en 1767, la Casa del Noviciado se convirtió en sede del Real Convictorio de San Carlos, destinado a la educación de niños y jóvenes prominentes.

(El Real Convictorio de San Carlos, creado por Real Cédula de Carlos III, ocupó sus instalaciones en 1770. Durante el proceso de Independencia se convirtió en centro de planteamientos doctrinarios. Gracias a las reformas sabias y vigorosas de Toribio Rodríguez de Mendoza alcanzó gran apogeo durante su rectorado; por ello se convirtió en el principal foco de ideas ilustradas y separatistas. Por su oposición a la Corona Española, en 1817, el virrey Pezuela ordenó su receso pretextando carencias económicas. Se reabrió en 1822 y bajo la dirección de Bartolomé Herrera se convirtió en el mejor Colegio Superior de Lima.

Influenciados por el pensamiento liberal europeo, los libros que llegaban al tambaleante Virreinato del Perú hablaban de ideas ilustradas y renacimiento. Entonces, los profesores sustituyeron, a escondidas de las autoridades españolas, los principios aristotélicos por las teorías de Newton y de Descartes).

Salón General
Muy cerca se escuchan proclamas en pro de la emancipación, aunque más de 200 años nos separan. La pugna viene del Salón General –reflejo del esplendor neoclásico por sus tribunas, de quincha mochica, enfrentadas–: lugar perfecto para el intercambio de ideas. En el tercer nivel se ve atentos alumnos que escuchan los debates políticos que definirán el proyecto de la nueva República Peruana. En el segundo nivel se murmura que desde un país del sur, posiblemente de Argentina, se prepara una expedición libertadora. A lo largo del corredor central hay un clima de tensión. Mientras que los alumnos del primer nivel, cómodamente sentados, leen los planteamientos que llegan desde Europa de Francisco de Miranda.

(Al poco tiempo en este salón se reunió el primer Congreso Constituyente del Perú. Inicialmente presidido por Toribio Rodríguez de Mendoza, en él, Javier de Luna Pizarro y José Joaquín Olmedo delinearon el camino del Perú independiente.

Instaurada la República se da el encuentro físico de la Casona con la Universidad San Marcos cuando en un nuevo compromiso con la patria, en 1867, San Marcos abandonó su tercera casa, el actual local del Congreso y se traslada al hasta entonces Convictorio, por disposición del ministro arequipeño José Simeón. Años después, en 1873, el presidente civilista Manuel Prado oficializó la mudanza.

(Si nuestra maldición es tener riquezas: ya nos toca una guerra. Oficializado el enfrentamiento con Chile, los sanmarquinos organizan desde el Convictorio el glorioso Ejército del Sur. Alumnos y profesores juran la defensa en los patios. Sin embargo, la desunión y cobardía de la clase política permitió el ingreso del invasor. Durante la ocupación chilena, el local fue utilizado como cuartel militar. De aquellos años solo queda el recuerdo que sobrevivió a los saqueos, la destrucción de laboratorios, archivos y las bibliotecas).

Una vez más la Casona se niega a desaparecer. Finalizada la guerra, de estas aulas se traza el camino científico y académico del Perú Yacente. De la pileta central del Patio de Ciencias aún germinan avances científicos en Ciencias y Matemáticas. Los jazmines que trepan por sus barandas todavía florecen gracias a los estudios de figuras como: Antonio Raimondi, José Éboli, Eduardo de Habich, Federico Villareal, Julio C. Tello, Augusto Weberbauer, Godofredo García, José Tola Pasquel, etc.

José de la Riva Agüero.
Llegan las primeras décadas del siglo XX y comienzan a hervir movimientos sociales en el interior del país. Se forman partidos políticos, los cuales, muchas veces, nacen desde el seno de esta Universidad. El Patio de Derecho se convierte, entonces, en espacio de debates políticos e intelectuales. Las místicas yesterías de sus arcos todavía vibran del golpe que José de la Riva Agüero (en la foto) dio a su bastón para defenderse de apristas que intentaban arrojarlo a la pileta por sus ideas políticas. El destacado historiador y profesor era de familia oligárquica y con tendencias liberales, muy contrarias a aquellos primigenios apristas de izquierda. La historia completa es esta:
Sucedió a comienzos de 1933. El profesor José María de la Riva Agüero y Osma, que entonces frisaba los cuarenta y cuatro años, había salido de su oficina en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, al medio día, y atravesaba el Patio de Derecho para irse a su casa. Era de talla pequeña, gordezuelo, con un bigote corto y anteojos que cabalgaban sobre la nariz. Al pasar junto a la pila, fue detenido por un grupo de estudiantes al mando de un fornido joven de no más de dieciocho años, de muy buena base —como hubiera dicho Ricardo Palma, porque sus pies reclamaban enormes zapatos— quien, evidentemente, había sido comisionado por alguien que conocía bien a Riva Agüero. Poniéndose las manos en la boca, a manera de bocina, ese joven gritó:
—¡Fuera el reaccionario! ¡Fuera!
Estupefacto, Riva Agüero se detuvo, pero, dominando su estupor, replicó, acre pero firmemente:
—¡Fuera ustedes! ¡Esta es mi casa!
Y, como prosiguiera su camino, el imprecador lanzó la perversa consigna:
—¡A la pila! ¡A la pila!
Riva Agüero lo miró fijamente y, sin arredrarse, levantó su bastón, cuadrándose frente a sus agresores.
—¡Cobardes! —exclamó.
Dos estudiantes de Derecho, que observaban la escena desde el segundo piso, se precipitaron por las escaleras y se colocaron al lado del antiguo profesor. Uno de ellos dijo:
—¡Nadie vejará al Maestro!
Se acercaron otros estudiantes, y los atacantes, frustrados porque su víctima había eludido la alevosa trampa, desistieron de su propósito y abandonaron el Patio.
Al día siguiente, Riva Agüero, persuadido de que los atacantes eran apristas, se quejó al Rector de la Universidad, y éste completó la afrenta con su indiferencia. Era un excelente profesor e historiador, y miembro de una rancia familia oligárquica. Desde sus primeras investigaciones, fue un creyente en el sincretismo de las culturas indígena y española que eran para él la base de la peruanidad. Volvió de Europa, donde había permanecido entre 1919 y 1930, durante el gobierno de Leguía, su adversario, como simpatizante del fascismo y de Mussolini, a los que luego alabó en artículos y discursos. Sin embargo, su vida y su obra estaban dedicadas a la Universidad de San Marcos, y, en su testamento le legaba a ésta todos sus bienes. Advertidas del incidente, las autoridades de la Universidad Católica le abrieron sus puertas con todos los honores, y él, colérico por el trato recibido en San Marcos, desfogó su decepción y resentimiento, redactando un nuevo testamento, en diciembre de 1933, por el cual dejaba en propiedad absoluta a la Universidad Católica diecinueve inmuebles, la mayor parte antiguas casonas virreinales de dos patios y dos plantas, y el fundo Pando, que iba desde la orilla del mar hasta la avenida Venezuela, con la condición de que esta Universidad existiera veinte años después de su muerte. Un testamento complementario, de setiembre de 1938, ratificó a esta Universidad como su principal heredera. Riva Agüero jamás volvió a pisar la Universidad de San Marcos. Poco después de llegar a oídos del Ministro de Gobierno ese agravio, el estudiante que lo promoviera fue a dar a la isla El Frontón, puesto que Riva Agüero no era un simple derechista más. Había sido alcalde de Lima en 1931 y 1932, y el 25 de noviembre de 1933, fue nombrado Ministro de Justicia e Instrucción y Presidente del Consejo de Ministros.
Palmera centenaria


Así es nuestra historia. Pasan las décadas y, con los inicios de 1900, el Patio de los Maestros, o de Derecho, se convierte en centro de discusión política... De la fuente central salpica agua como cuando las disputas políticas terminaban en los famosos “baños forzados”. Las melancólicas palmeras aún lucen los grabados que eternizan las luchas por la Reforma Universitaria de 1930. En las gradas del Parque Universitario rebotan los reclamos que alumnos de saco y sombrero gritan cada vez que se prolongan los debates iniciados en los claustros. Debates muchas veces incitados por brillantes oradores como Víctor Raúl Haya de la Torre, Manuel Vicente Villarán, José Matías Manzanilla, José León Barandiarán, Alfredo Solf y Muro, Alfonso Barrantes Lingán.

A pocos años, el Patio de Letras luce repleto. El otrora Patio de los Naranjos, pese a su pileta mozárabe, ya no vislumbra como en antaño cuando por él paseaban César Vallejo, Enrique Congrains, Carlos Eduardo Zavaleta, Martín Adán, Abraham Valdelomar, Mario Vargas Llosa, entre otros. Es cierto, sería un oprobio intelectual si no se mencionan a los otros ilustres personajes que engalanan sus espacios: Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez, Jorge Basadre Grohmann, José Gálvez Barrenechea, José Santos Chocano, José María Arguedas, Aurelio Miró Quesada, Washington Delgado, Alfredo Bryce Echenique, Pablo Macera, Juan Gonzalo Rose y Alejandro Romualdo son algunos más.

La migración a Lima vuelven insuficientes los ambientes de la deteriorada Casona. Es 1951 y San Marcos debe mudarse a su nuevo local en el fundo Aramburú, pero deja el espíritu que nos permite revivir la historia. Sus columnas, piletas y claustros son testigos mudos de la aureola inconformista y crítica de la que habla nuestro nobel Mario Vargas Llosa.

(Con el abandono de San Marcos, la Casona entró en una etapa de olvido y deterioro. Gracias a un trabajo en conjunto, desde 1990 se inició el proceso de restauración y adecuación que permitió la creación del Centro Cultural de San Marcos: importante eje de desarrollo del Centro Histórico de Lima. Reconstrucción formidable cuyo proceso puede ser considerado una obra de arte).

Si a San Marcos le va bien, al Perú le va bien. Madre e hija se complementan.


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